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Una Iglesia Católica, apostólica y Romana

Tercera Parte de IV

Rey Díaz, Nadaorg.22@outlook.com

Volviendo al tema sobre la estructura de la Iglesia. Los obispos eran los Padres espirituales de los feligreses que servían al Señor Jesucristo. Bajo su autoridad estaban los presbíteros, o ancianos, quienes son llamado pastores, y bajo la autoridad de estos estaban también los diáconos y diaconizas que ayudaban al obispo con la misión de la iglesia en su localidad para hacer cumplir la tarea de la gran comisión.

Estos estaban encargados de velar por la doctrina de la Iglesia, en su región, país, o ciudad, donde eran comisionados a servir para la expansión del evangelio, el cuidado pastoral del rebaño de Dios, así como también el trabajo en defensa de la fe cristiana. A esta última labor se le dio el nombre de apología, o defensa de la fe cristiana.

A los obispos de los primeros siglos le llamaban, papá por las razones ya expuestas anteriormente. Este término acuña respeto, obediencia y un vínculo fraternal de Padre a hijos. Como los obispos eran los padres de la iglesia en una región, no tenían supremacía de una iglesia sobre la otra. Lo que debía existir en todo caso era la colaboración entre las iglesias de una región, y las otras localizadas a distancia una de la otra, siempre estaban sujetas a la autoridad del obispo de esa región, sobre todo debían obediencia a la palabra de Dios, y al Señor Jesucristo.

En todo caso la norma a seguir entre los miembros de la iglesia era una total obediencia a lo ya dicho por Dios a través de sus santos apóstoles. Esa obediencia a lo dicho por Dios en su palabra está por encima de cualquier otra doctrina producto de la imaginación del humano. En su labor pastoral el apóstol San Pablo fue quien buscó unificar la iglesia cuando habla de un Señor, una fe, un bautismo, un Dios, y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.” (Efesios 4:5-7). Pablo dice además porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. (1 Corintios 3:11-12).

El apóstol San Pedro señala también que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”  (Hechos 4:12). Cuando una institución religiosa le promete salvación, no se deje engañar, pues el único que ofrece salvación y vida eterna se llama Jesús.

Hace varias décadas atrás, compartí el evangelio con un amigo en Santo Domingo. Nos dejamos de ver por algunos años. El me llevaba como 8 años de edad cuando lo conocí por primera vez, a principio de la década de los 70, éramos muy buenos amigos hasta que salí del país en 1973. Él era un periodista y escritor consagrado. Aprendí mucho con él acerca del periodismo cuando apenas empezaba a estudiar esa carrera.

Después de varios años de ausencia, visite Santo Domingo cuando aún era Balaguer presidente. En la calle el Conde lo encontré y le invité a comer, y mientras hacíamos la línea para hacer nuestro pedido, compartí el evangelio con él. Recuerdo que dos policías estaban detrás de nosotros haciendo fila. Y la reacción de Oscar Gil Díaz, mi amigo, no se hizo esperar.

Gritó con todas sus fuerzas que la Iglesia Católica le aseguraba a él y al Doctor Joaquín Balaguer la salvación. Tal vez creía que me iba a sugestionar. Fue cuando le afirme con toda seguridad, que, si él y él Doctor Balaguer pensaban tener salvación porque la Iglesia Católica le aseguraba a ambos salvación, estaban equivocados, porque solo Jesucristo ofrece salvación, y vida nueva.

Esencialmente el evangelio debe ser predicado y oído por todos los seres humanos por igual, pues el mensaje del evangelio es para todas las naciones, razas pueblos y lengua. La salvación es un regalo de Dios y se revela por la fe en Jesucristo. Cristo murió y resucitó de entre los muertos y todo aquel que cree en Jesús tiene vida eterna, y no vendrá a condenación pues ha pasado de muerte a vida.

Por la gracia de Dios, somos incorporados en el cuerpo de Cristo para vivir una vida nueva. Como predicador de las Buenas Nuevas, puedo extenderle una invitación para creer en Jesús, pero ninguna persona puede obligarlo a aceptar la invitación. A los suyos vino y los suyos no le recibieron, más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, Dios le dio la autoridad de ser hechos hijos de Dios.

Siguiendo con el tema, a partir del edicto de Milán, se buscó unificar la iglesia para el trabajo asignado por Jesús, evento este que desató innumerables discusiones que tomaron lugar a través de múltiples reuniones de concilios religiosos como lo fue el primero de muchos otros, celebrado en la ciudad de Nicea en el 325.

El problema surgido por el edicto imperial que convertía en cristianos a todos los habitantes del imperio romano, cosa está que, si bien debía hacerse, no era por la fuerza, o por un edicto oficial de un gobierno, sino apelando a la buena voluntad de la gente en aceptar o rechazar el mensaje de salvación. Esta práctica constantiniana produjo unos efectos muy dañinos en el seno de esa iglesia cuyos resultados, para bien o para mal, hemos arrastramos desde su mismo origen hasta hoy.

Por otra parte, esa iglesia que surge a partir de Constantino tiene al emperador como su máximo protector. Carente de una fe auténtica, la jerarquía eclesiástica da palos a ciegas cuando se eligen obispos y clérigos cuyo conocimiento de la fe no procedían del canon Bíblico, ni mucho menos de una sucesión apostólica; invento usado como pretexto para descalificar y engatusar a la gente como quieren hacernos creer la curia romana.

En verdad los obispos eran designados con mucha frecuencia para favorecer los intereses políticos de un sector. Otras veces favorecían los intereses teológicos de otros sectores dominantes, carentes, por lo tanto, de toda normativa bíblica cuya práctica dio pie a tantas prácticas y doctrinas heréticas.

No obstante, no todo fue negativo, las discusiones teológicas de los padres de la iglesia cristiana acrecentaron el desarrollo del pensamiento cristiano, y todos esos escritos sirvieron, en su mayoría, al enriquecimiento teológico de la fe cristiana: Irineo, Policarpo, San Agustín, Orígenes, Eusebio, y posteriormente a esta lista tenemos que añadir muchos otros como son Santo Tomas de Aquino, San Anselmo, Lutero y Juan Calvino para solo mencionar unos cuantos.

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