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Israel Príncipe de Dios

Por Rey Díaz

Dios llamó a Abraham desde su tierra natal, Ur de los Caldeos. Actualmente Iraq, conocida en tiempos del Profeta Daniel, Jeremías y Ezequiel como la Gran Babilonia. Era una tierra politeísta, es decir, adoraban varias deidades del paganismo religioso de su época. Dios le dijo a Abraham que saliera de su tierra natal, que dejara a sus parientes y se dirigiera hacia donde Dios le indicaría para hacer de Abraham y su descendencia una gran nación. Dios daría a Abraham esas tierras donde fluye leche y miel por herencia para él y su descendencia. 

Además, Dios dijo que bendeciría a Abraham y a su descendencia, de tal forma que en Abraham serian benditas todas las familias de la tierra. Abraham creyó a Dios y por medio del padre de la fe se concretiza un acuerdo entre Dios y su siervo. En adición a todo eso, Dios hizo una afirmación a su siervo de que bendeciría a todo aquel que bendijera a Abraham, o a su descendencia, y que de igual manera maldeciría a quienes maldijeren a los judíos descendientes de Abraham. 

Así que la historia del pueblo hebreo se concretiza en bendición y maldición. Esta historia se remonta aproximadamente alrededor de 4,000 años atrás. Abraham, a pesar de ser un hombre con debilidades humanas como la nuestra, creyó a Dios, y su fe fue premiada para bendecir a todas las familias de la tierra por medio de ese patriarca; pues no solo creyó la palabra de Dios, sino que también confió en que todas sus promesas se cumplirían.  

Se puede afirmar que la historia del pueblo judío es por lo tanto la lucha entre el bien y el mal, entre la fe, y la duda. Abraham vivió en el mundo como si nunca hubiese llegado a la tierra prometida, aunque si vivió en ella, pues buscaba según el autor de la carta a los hebreos, la ciudad permanente, es decir la ciudad celestial. Por tanto, Dios no se avergonzó de llamarlo su hijo. 

Como Abraham era un ser humano como nosotros, al ver que esas promesas no se cumplían de inmediato de tener un hijo con Sarah su media hermana, esta optó por darle a su esclava Agar, para que tuviese un hijo con ella. Ese hijo fue Ismael descendiente directo de Abraham. No obstante, los años pasaron y finalmente Dios cumplió su promesa, y Sarah a pesar de tener 91 años, y el patriarca contaba con 99 años; a ambos le nació un hijo según la promesa a quien llamaron Isaac, quien sería el heredero directo de las bendiciones materiales y espirituales de su padre. 

Entonces Isaac tubo dos hijos Esaú y Jacob. Aunque Esaú nació primero, fue Jacob quien le compró su primogenitura por un plato de lentejas, aprovechándose que tenía hambre, y prefirió satisfacer su apetito que retener las bendiciones de su Padre Isaac. Jacob, a través de un engaño y en combinación con su Madre por ser hijo predilecto de esta, sustituyó a su hermano a la hora de la bendición de su Padre Isaac, cosa esta que creó una enemistad entre ambos por mucho tiempo. 

Finalmente se reconciliaron, y bajo la protección de Dios, Esaú formó una familia y de esa familia una nación, mientras que los hijos de Jacob, 12 en total, forman las 12 tribus que lograron con el tiempo consolidarse como la nación de Israel. Antes que nacieran, de Rebeca y Isaac, los gemelos, Esaú y Jacob, se peleaban en el vientre de su madre Rebeca. Fue entonces cuando Dios le reveló a Rebeca que esos dos hijos representaban dos naciones. Son dos pueblos separados desde antes de nacer. Uno de ellos será más fuerte, y el otro será más débil, pero el mayor servirá al menor. (Genesis 25). Dios había revelado a su madre que de estos dos hermanos iban a formarse dos naciones y que vivirían en lucha continua.

Después de varias décadas cuando los hijos de Jacob y Esaú habían nacido y crecido, los hijos de Jacob, junto con sus padres descendieron a Egipto debido a una gran hambruna producto de una sequía que por falta de lluvia la producción de alimentos escaseaba y los doce hijos de Jacob se trasladaron hacia Egipto, donde su hermano José había sido vendido por sus hermanos debido a la envidia entre ellos. Unos mercaderes procedentes de Egipto compraron a José, pero Dios uso todos estos incidentes para bendecir a los descendientes de Jacob. 

Para ese entonces José había llegado a ser el segundo hombre de importancia, en Egipto, después del Faraón. Entretanto, Jacob, al informarse que había alimentos en Egipto, envió a varios de sus hijos a comprar alimentos para la familia. Mas tarde, descubre que su hijo José, a quien él creía muerto, estaba vivo y era un promitente funcionario del gobierno egipcio. Jacob entonces desciende a Egipto con su familia y allí sus descendientes son esclavizados durante 400 años cuando surgió un faraón que no conoció lo que José había hecho por su nación.

Dios, sin embargo, había dicho a Abraham que su descendencia iba a ser esclavizada por 400 años, pero que él, es decir Dios, libraría a la nación de esa esclavitud. Es bueno señalar aquí que de los descendientes del patriarca Abraham se formaron varias naciones. Estos descendientes de Abraham son Ismael, Isaac, Esaú, y Jacob. En Isaac, y a través de Jacob será la descendencia por la cual Dios bendecirá a todas las familias de la tierra por medio del Mesías. 

De Ismael nace una nación pues su madre fue advertida a través del Ángel del Señor, quien le anunció a Agar que de Ismael haría también una nación. Lo mismo sucedió con Esaú y luego con Jacob. Es interesante que Dios también toma en cuenta a Agar, y Rebeca para comunicar de antemano sobre su plan futuro de hacer de su descendencia varias naciones.

A través de los años estas familias han vivido en conflicto y su lucha es a muerte por la herencia que todos reclaman. Es la herencia de la tierra y de los lugares sagrados que Abraham dejó a sus descendientes, que siguen siendo la pugna del conflicto hasta el día de Hoy. Pero como en aquellos tiempos no existían títulos de propiedad de los terrenos, ni registros oficiales de los documentos que pudiesen demostrar quién es el propietario original, todos por igual, reclaman esos terrenos sin que ninguna corte humana pueda resolver ese conflicto. 

Históricamente, la lucha por la tierra de Canaán ha producido muchas muertes y, el drama de la vida humana se decidirá sobre esas tierras. Fue en la lucha de Jacob con el Ángel del Señor, donde en un encuentro entre este ser angelical y Jacob, se dirime y se concretiza a la vez el curso de los acontecimientos futuros de estas naciones de árabes y judíos. 

En esa lucha cuerpo a cuerpo con el ángel de Dios, Jacob no soltaba el Ángel, reclamando una reafirmación de las bendiciones de Dios. Jacob decía al mensajero de Dios, si no me bendices, no te suelto, ni te dejo partir. Mientras tanto, el Ángel rogaba a Jacob que lo soltara porque debía regresar a su morada antes de que la noche se tornara en día. 

Ante la insistencia de Jacob, el Ángel, al parecer cansado de luchar, no tuvo otra alternativa que preguntar a Jacob su nombre como si este no lo supiese. El respondió, “Mi nombre es Jacob, que significa un hombre que hace negocios engañosos con todos los que él trata, pero siempre sale ganador de los negocios que hace con los demás. Entonces el Ángel de Dios le dice, “Tu ya no te llamarás Jacob, porque luchaste con el Ángel de Dios y lo has vencido, sino que tú nombre será Israel, que significa “Príncipe de Dios.” De Jacob, el suplantador y el engañador, que es lo que su nombre significa, se convierte desde entonces en el “Príncipe” de Dios. 

Si Jacob, es decir, Israel luchó contra el Ángel de Dios y lo venció, eso significa que ningún ejército en el mundo, aunque sea sumamente poderoso, podrá derrotar a Israel para siempre. Israel a pesar de haber perdido varias guerras, de haber sido invadido por múltiples imperios mientras su territorio había sido saqueado, y vuelto ruinas por otras naciones vecinas, y a pesar de haber sido esparcido por todo el mundo, los judíos regresaron a sus tierras (1948), dadas por Dios como herencia perpetua y luego de haber regresado a su tierra después de casi dos mil años de diáspora, retornaron a su territorio porque en ese regreso hay varias profecías Bíblicas que deberán cumplirse escatológicamente. 

Los judíos han sufrido por casi 4,000 años de historia y ese sufrimiento se ha debido, en parte, a que no permanecieron en obediencia con el pacto hecho en el Monte Sinaí, entre Dios, Moisés y el pueblo hebreo. Tampoco fueron fieles a Dios, durante 40 años durante su paso por el desierto. Siempre se volvieron a los dioses paganos de otros países. 

Además, cuando Dios envió a su Mesías, Jesucristo el hijo de Dios, le rechazaron y lo crucificaron; clavándolo en un madero. Pero todo esto fue diseñado por un plan divino, para que en todas las naciones donde sea predicado el evangelio del reino de Dios. Hasta que entrará a formar parte de la Iglesia Cristiana la plenitud de los gentiles y luego, todo Israel como nación se volverá a Dios, recibirá a su Mesías y será salvo. 

Por lo demás, las promesas de Dios a Abraham siguen tan vigentes como cuando Dios dijo a Abraham que iba a bendecir, a quienes le bendijeran y que maldecirá a cualquiera que maldijera al pueblo de Dios. A través de Abraham serán benditas todas las familias de la tierra. 

En Apocalipsis 7:9-18 leemos como esas promesas se cumplirán en el cielo. El Apóstol Juan vio una gran multitud puesta de pie delante del trono de Dios, y nadie podía contar esa gran multitud. Los congregados eran procedentes de toda tribu, pueblo, nación y lengua, congregados para adorar a Dios y al cordero que fue inmolado por nuestros pecados. 

Él Cordero que fue inmolado estaba colocado en el centro, al lado de Dios el Padre, y todos los ángeles, los 24 ancianos, los cuatros seres vivientes y una multitud innumerable, se postraban delante del trono de Dios y adoraban al Cordero de Dios por haberlos lavados sus pecados con la sangre de Jesucristo.  

Por tanto, una lucha contra Israel se convierte en seguida en una declaración de guerra contra Dios, porque a pesar de todo, la existencia de Israel como nación es, querámoslo o no, una demostración no solo de la existencia de Dios, sino también de su amor, de su poder y de su compromiso eterno con Abraham, Isaac y Jacob. 

El conflicto entre Israel, Hamas, y los demás países alrededor de las tierras de Palestina representan un desafío grande para los que se oponen a la voluntad de Dios, pues si conociéramos su voluntad, seriamos bastantes sabios para discernir de qué lado en este conflicto están los hijos de Dios. 

Cristo vino al mundo para reconciliarnos con Dios a través de su muerte en la cruz. Y mientras la humanidad no se torne a Dios, se arrepienta de su maldad, y ame la vida que Dios nos ofrece a través de su hijo Jesucristo, seguiremos involucrados en este conflicto entre el bien y el mal, entre satanás y los hijos de Dios, entre el amor y el odio. 

San Pablo lo explica de la manera siguiente Efesios 2:12-16, “Ustedes no son judíos, y deben recordar que antes no tenían a Cristo ni eran parte del pueblo de Israel. Tampoco formaban parte del pacto, ni de la promesa que Dios hizo con su pueblo. Vivian en este mundo sin Dios y sin esperanza. 

Pero ahora ustedes, que estaban lejos de Dios, ya han sido acercados a él, pues están unidos a Jesucristo por medio de su muerte en la cruz. Cristo nos ha dado la paz. Por medio de su sacrificio en la cruz, Cristo ha puesto fin al odio que, como una barrera, separaba a los judíos de los que no son judíos, y de los demás pueblos ha hecho uno solo.  

Cristo puso fin a los mandatos y reglas de la ley, y por medio de sí mismo ha creado, con los dos grupos un solo pueblo derribando todo lo que los dividía como grupo étnico. Por medio de su muerte en la cruz, Cristo puso fin a la enemistad que había entre los dos grupos, y los unió, formando así un solo pueblo que viviera en paz con Dios.”

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