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El Pelé de Nueva York que conocí

Maria Costa Pinto*, especial para Prensa Latina

Yo era una joven periodista que cursaba una maestría en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York, EE. UU. Estaba escribiendo la tesis final y mi tema fue el perfil de una calle de Manhattan (calle 10) como un microcosmos de la ciudad. Proyecto ambicioso, pero estaba decidida a conocer esa realidad, las entrañas del monstruo, parafraseando a Martí.

Entonces me sorprendió recibir una llamada de un importante periódico de Brasil, O Estado de S. Paulo. Necesitaban un reportero en Nueva York para empezar a trabajar de inmediato porque Pelé había firmado un contrato con el equipo estadounidense Cosmos y necesitaban a alguien para cubrirlo. Mi nombre había sido recomendado por periodistas que me conocían en Brasil.

¿Fútbol? Confieso que dudé mucho porque mi prioridad era la vida académica, estaba muy motivada con mis estudios. Pero terminaron convenciéndome. Habría pocos reportajes hasta que terminara mi curso en dos meses y después veríamos.

Y el “después” fue que en ese momento, por culpa de Pele, empezó lo que se convirtió en “para siempre”, mi vida como corresponsal y funcionaria internacional. Tuve que aprender un poco de fútbol, pero lo principal era cubrir la vida de Pelé en Nueva York y los esfuerzos de Cosmos por transformar el “soccer”, como llaman al fútbol por allá, en un deporte nacional.

Nunca hablé con Pelé de fútbol, aunque sí fui un par de veces al Giants Stadium de Nueva Jersey, donde entrenaba y jugaba el Cosmos. En Brasil lo había visto una sola vez, en el Maracaná. Yo estaba en la universidad y él ya había llegado al gol 998. Con amigos de la facultad entré por primera y única vez a ese estadio para esperar el famoso gol 1000, pero Pelé no anotó.

Después de conocernos, viví un momento muy delicado. Tuve que pedirle una declaración tras anunciarse su divorcio. Nos reunimos en el Madison Square Garden donde estaba nuevamente participando en las “clínicas de fútbol” donde enseñaba a los niños a jugar con una paciencia impresionante y sin nada de estrellato. Me disculpé por entrometerme en su vida privada, pero acordamos que debido a que él era una figura pública, el interés del periódico era válido. Confieso que no recuerdo lo que dijo; solo que me sentí muy mal al tener que preguntar sobre un tema tan personal.

Pero mi momento inolvidable con Pelé no fue con el jugador en el campo de fútbol, sino en su oficina de la Warner, dueña de Cosmos, en un piso alto del Rockefeller Center en el corazón de Manhattan, donde el astro se inició en el mundo de los negocios. Llegué para una entrevista que iba a ser la primera en la que íbamos a hablar cara a cara de todo y de todos. Y tenía una muy bien preparada lista de preguntas para conseguir declaraciones que nunca le había dado a nadie.

Cuando entré en su oficina me recibió un Pelé sonriente que me dijo: “Me alegro de que hayas venido, me vas a ayudar a elegir”.

Sobre la mesa tenía varios dibujos que había recibido de Maurício de Souza, un famoso dibujante brasileño que iba a lanzar una historieta inspirada en la infancia del astro y cuyo personaje central era Pelezinho. Le había enviado unas opciones para elegir el muñeco que más le gustaba. Y luego toda la ferocidad de mis preguntas se desvaneció y pasamos una hora muy agradable seleccionando los dibujos y hablando de amenidades que luego tuve que convertir en un texto para el diario.

Pelé fue una de las personas más simpáticas y amables que he conocido, con una sonrisa cautivadora y una humildad que saltaba a la vista.

Y para mí me abrió las puertas a un mundo deportivo que desconocía cuando empecé en el periodismo en Brasil. Por Pelé y Cosmos conocí y entrevisté al alemán Franz Beckenbauer y al brasileño Carlos Alberto, el capitán de la selección brasileña que ganó el tricampeonato en 1970. Dos jugadores con mucha experiencia y muchas historias.

Mi entrevista con Beckenbauer fue durante un aventón (“botella” dicen en Cuba) en su deportivo Mercedes Benz rojo que me ofreció porque no tenía mucho tiempo para la entrevista y así en el camino de regreso del Giants Stadium a Manhattan tuvimos nuestra conversación. Con Carlos Alberto la plática se desarrolló en un sencillo restaurante donde almorzaba después del entrenamiento.

Estamos hablando de la Nueva York en la década de 1970, donde vivían muy pocos brasileños, y cuando las estrellas del fútbol todavía eran personas que caminaban por la calle como la gente común.

También cubrí la despedida de Pelé del Cosmos, frente a 75 mil personas en el Giants Stadium que, a pedido suyo, gritaron juntos el famoso “Love, love, love”.

Pero no me despedí de la carrera internacional. Cuando terminé con Pelé, ya estaba establecida como corresponsal, con mi maestría concluida, cubriendo la campaña y luego la presidencia de Jimmy Carter, había comenzado la etapa de grandes coberturas, con la revolución nicaragüense en sus inicios; de Nueva York salí para continuar mis estudios en París y luego otra maestría en Londres, donde trabajé en el Servicio Mundial de la BBC, hasta aterrizar nuevamente en las Naciones Unidas en la Gran Manzana. Para cerrar el círculo de mi aventura con el “fútbol”, pude acompañar in loco cómo Estados Unidos fue anfitrión de un Mundial de Fútbol en 1994, que consagró a Brasil como tetracampeón.

Pero todo empezó con Pelé — único tricampeón de fútbol, con más de mil goles marcados, oriundo de un país donde los niños prácticamente nacen jugando con la pelota –, y su aventura en Estados Unidos inspirando y enseñando a los niños norteamericanos (para sorpresa mía entonces, muchas niñas) a jugar al fútbol.

¡Gracias Pelé!

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