Educación

¿Y si las ciudades fueran más accesibles para todos? Así se forman los futuros arquitectos

Un grupo de jóvenes con diferentes capacidades recorrió, junto a estudiantes universitarios, el emblemático palacio de Boadilla del Monte antes de la pandemia

Un grupo de ciegos palpa la fuente del jardín del palacio – Guillermo Navarro

Nieves Mira

BOADILLA DEL MONTE (MADRID)

«¿De qué color veis vosotros el edificio, rosa o salmón?», se oye a lo lejos. El ruido proviene de un grupo de adolescentes reunidos frente al Palacio del Infante don Luis, en Boadilla del Monte. Allí esperan el encuentro con otro grupo, algo más rezagado, de estudiantes de Arquitectura. Los ha reunido su profesor, y los primeros, que tienen alguna discapacidad intelectual o visual, van a explicar a los segundos cómo sería, para ellos, un edificio más amable. En principio, no logran llegar a un acuerdo: cada uno lo ve de una forma diferente.

Al pensar en la accesibilidad de un edificio, esta se suele reducir a rampas o barreras físicas: las que impedirían a una silla de ruedas, por ejemplo, acceder al mismo. Le ocurre a Laura, la única de este grupo de jóvenes de la Fundación Juan XXIII Roncalli que se mueve sobre ruedas. Sin dudarlo, dos de sus compañeros la elevan para sortear los escalones de la entrada: el primer objetivo ya está conseguido. Sin embargo, hay muchos otros pequeños detalles que podrían pasar desapercibidos para alguien que no tiene, en principio, ninguna discapacidad. «Depende de cada uno de ellos: a unos les gustan las formas suaves y curvas porque los ángulos les dan miedo. Otros odian los suelos irregulares o duros. La luz natural y la naturaleza les suele encantar», cuenta Pablo Campos, el profesor de los futuros arquitectos de la Universidad CEU San Pablo, que organizó la visita el pasado mes de febrero, cuanto todavía éramos ajenos a lo que estaba por venir.

Este fue el cuarto año en que sus estudiantes tenían que sacar adelante un proyecto en colaboración con personas con «capacidades diferentes», tal y como los define este arquitecto. «Es verdad que a veces la arquitectura no tiene en cuenta a la persona, y los arquitectos debemos tener una sensibilidad especial, porque trabajamos para los demás, tanto cuando lo hacemos en el proyecto de una ciudad como en una casa», añade. Conforme recorren el palacio, los chicos de la fundación no dejan de preguntar e interesarse por los detalles del gallinero que se está rehabilitando a lo lejos o por la misteriosa capilla donde está enterrada la hija del infante.

En el camino hacia el jardín y el huerto, otra gran escalera cambia el semblante de Laura.

– ¿Qué piensas cada vez que llegas a un sitio y te encuentras con uno o varios escalones?

– Me pongo de los nervios. Hay que pedir ayuda, y eso a mí me cuesta….

Laura deja en suspenso la frase. Esta vez ha tenido voluntarios cerca

Ana y algunos estudiantes
Ana y algunos estudiantes – G. Navarro

para ayudarla, y puede disfrutar junto a sus compañeros de la agradable tarde que ya va cayendo tras el jardín, con la urbanización Montepríncipe y sus anchos campos al fondo. Es en ese escenario donde surge un grupo espontáneo de trabajo. «Les hemos estado dando ideas a los (estudiantes) que tienen que hacer el proyecto. A mí, por ejemplo, me gusta que haya flores, pero alguien ha dicho que podría ser buena idea montar una escuela de música en el jardín», cuenta más tarde Natalia. Ella tiene visión de frente y diversas complicaciones de salud que no le impiden derrochar vitalidad y entusiasmo. La misma que tampoco le falta a su compañera Ana, que, grabadora en mano, no se pierde ni un detalle de todo lo que cuenta Paloma Olmedo, la presidenta de Amigos del Palacio que dirige la visita.

En la otra parte, los (ya casi) arquitectos comentan algunas ideas de cara a su proyecto. Porque esto, más allá de una visita en horario de clase, forma parte de una asignatura de cuarto curso. «Nosotros queremos diseñar algo para el jardín, que sea sutil», cuenta Juan, que trabajará junto a su compañero David. A ellos, el mellizo Antonio ya les sugirió hacer algo parecido a un camino en el jardín. «No tengo nada favorito del palacio, me ha gustado todo», informa el joven más tarde. «Es que mis abuelos plantaban huertos».

La visita cambia cuando un grupo de voluntarios de la ONCE recorren el palacio. Ellos ya tienen la imagen mental del palacio gracias a una maqueta que palparon en la universidad, y ahora ha llegado el momento de recorrerlo a escala real. Los perros y bastones sirven esta vez para sortear las barreras físicas del emblemático edificio del centro de Boadilla. Luego son sus manos y la acústica del edificio las que le darán la impresión final del lugar.

– ¿Cómo os hacéis a la idea de cómo es cada sitio que visitáis?

– Nos fijamos en las paredes, los techos altos, la sonoridad que tiene, la amplitud….

La que habla es Elena, que recorre el palacio con el bastón en su mano derecha y con Mariano (y su perro guía) a la izquierda. «La cuestión es que ellos, como futuros arquitectos, piensen que hay gente que no camina como todo el mundo, y que tenemos que ir por los sitios de manera diferente», le añade su compañero. En este sentido, todos tienen una idea clara de qué es lo que más «daño» les hace en las nuevas construcciones. «Hay estaciones nuevas que son accesibles en teoría, porque la moda es hacerlas muy abiertas, con espacios muy amplios, y eso (acústicamente) nos mata», añade Mariano.

Puede que, tal y como cuenta su profesor, ninguno de estos alumnos proyecte en un futuro una gran obra pública, «pero sentarse en la mesa a trabajar con otra gente de fuera, es ponerles la vida real frente a ellos», y probablemente, ya no volverán a mirar con los mismos ojos el entorno urbano.

Grupo de voluntarios junto a algunos estudiantes
Grupo de voluntarios junto a algunos estudiantes – Guillermo Navarro

 

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