Opinión

Narcotráfico y control social

Por Marcelo Colussi

*Catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.

 

“La política antidrogas de Estados Unidos contribuye de manera efectiva al control de un sustrato social étnicamente definido y económicamente desposeído dentro de la nación, a la par que sirve a sus intereses económicos y de seguridad en el exterior”.
                                                                                                                        Charles Bergquist

 

El negocio de las drogas ilegales, si bien ya existe desde hace décadas a un nivel más bien marginal, a partir de su gran explosión en los años 70 del pasado siglo rápidamente se evidenció como algo más que una lucrativa actividad comercial. Desde el inicio  nació como un complejo mecanismo de control social. Grandes poderes decidieron hacerlo entrar en juego.

Como todos los fenómenos masivos que ha ido generando el capitalismo, una vez puesto en marcha adquirió dinámicas propias; pero en su origen, y eso no ha variado y sigue siendo alimentado a diario como un dispositivo que permite una supervisión del colectivo por parte de los poderes. Vigilando, supervisando la sociedad en su conjunto, se la puede controlar. O aún más: conducirla hacia donde esos factores de poder desean. En nombre del orden público, de la seguridad ciudadana, tienen  en las drogas ilícitas, un justificativo para actuar.

Se podría pensar que, como cualquier calamidad de orden natural, también el flagelo del consumo de estupefacientes es un problema que deben acometer los Estados. Y tratándose de un problema de orden sanitario, el enfoque que debería primar es la prevención. Pero, en forma siempre creciente, es abordado desde una faceta fundamentalmente represiva. Es más: de hecho, desde hace ya un par de décadas, ha devenido un problema policíaco-militar, y para la estrategia global del gobierno de Estados Unidos, en su conjunto ha asumido una importancia capital, una línea maestra de su accionar. O, al menos, eso es lo que se declara oficialmente.

Con el consumo generalizado de sustancias que no desea legalizar, y satanizando su producción y su tráfico, EE.UU. tiene la excusa perfecta para militarizar y/o controlar todas las regiones del mundo de su interés.

Las drogas ilícitas juegan el papel de mecanismo de control social en un doble sentido: a) como distractor cultural, y b) como coartada para el control militar. Ambas vertientes van de la mano y se retroalimentan una a otra. Desde que el capitalismo cambió la faz del planeta al globalizarse el comercio hace ya varios siglos, y con las tecnologías cada vez más poderosas que fueron desarrollándose en consonancia, las sociedades masificadas que surgieron con ese nuevo modelo económico debieron ser manejadas con nuevas herramientas.

La iglesia católica, que dominó durante todo el medioevo europeo, ya no alcanzaba para estos fines. Las sociedades masificadas a que dio lugar el capitalismo, tanto en las metrópolis como en las colonias del Sur, sociedades urbanas con enormes concentraciones de población, implicaron una nueva arquitectura social para los poderes dominantes. En esa perspectiva surgen los medios de comunicación masivos, quizá la mejor arma para controlar a los grandes colectivos.

Surge también el negocio de las drogas ilegales como política de acción enfocada a sectores específicos, quizá no tan numerosos como los destinatarios de los monumentales medios de comunicación, pero posibles de neutralizar a mucha gente. ¿Qué entender aquí por “neutralizar”? Sencillamente: sacar de circulación. Las drogas, cualquiera sean, sacan de circulación, desconectan de la realidad. A veces, por un rato, por un período relativamente corto. Cuando ya se crea una dependencia de los tóxicos, la desconexión es crónica.

Es ese, justamente, el efecto buscado: un porcentaje determinado de población -jóvenes de estratos bajos en lo esencial- “sale de circulación”, queda atontado. Con las drogas -más todo otro arsenal que nunca se abandona- desde medios de comunicación a la policía se logra incidir en ese control social. Así surgió como política para el interior de Estados Unidos: los barrios urbanos marginales, negros y latinos fundamentalmente, devinieron los principales destinatarios del tráfico de estupefacientes, y así se difundió luego por otros países: los sectores más rebeldes -“rebeldes” en términos de incorporación al statu quo, más “peligrosos”- son los consumidores elegidos.

Como parte de sus políticas de dominación global, el imperialismo estadounidense viene aplicando en forma sostenida ese supuesto combate al negocio de las drogas ilícitas. Desde que arrancó ese circuito de la venta masiva de estas sustancias, existe la imagen -mítica, creada en buena medida por la manipulación mediática- de que son las bandas ilegales de mafiosos, las encargadas del encargan del narcotráfico, los  principales beneficiarios de todo el negocio.

Sin duda esas redes delincuenciales se benefician. Pero hay alguien más que saca partido de ello. Ese “alguien” es una estrategia de dominación surgida en las usinas del gran poder imperial del siglo XX: el gobierno. En nombre de combatir ese problema universal, el imperio  estadounidense desarrolló la estrategia de combate contra esas mafias. El problema, supuestamente, se ataca de raíz. De ahí que se queman sembradíos en los países productores de la materia prima. Pero si hubiera un deseo real de contener el problema en juego, no se hubiera militarizado el mundo en función de esta lucha. Y se hubiera hecho descender el nivel de consumo pero, curiosamente, ese nivel nunca baja.

El supuesto combate al narcotráfico lo único que logra es permitir a la geoestrategia de Washington intervenir donde lo desee o, más exactamente, donde sus intereses se vean afectados.

Si estas sustancias ilegales, producidas a partir de materias primas de países pobres que no representan un verdadero problema militar para las grandes potencias- siguen procesándose y convirtiéndose en drogas que llegan a los mercados del Norte como sustancias ilegales, ahí hay “gato encerrado”. El supuesto combate al narcotráfico, en definitiva, lo único que logra es permitir a la geoestrategia de Washington intervenir donde lo desee. O más exactamente: donde tenga intereses, o donde estos se vean afectados. Terminar con el consumo está absolutamente fuera de sus objetivos.

Con el consumo generalizado de sustancias que no desea legalizar, y satanizando su producción y su tráfico, Washington tiene la excusa perfecta para militarizar y/o controlar todas las regiones del mundo de su interés. Si la producción de la planta de amapola se disparó en estos últimos años en el Asia Central, especialmente en Afganistán, así como la coca en la región andina de Latinoamericana, básicamente en Colombia, ello obedece a un plan bien trazado que sirve a su estrategia de dominación: donde hay recursos que necesita explotar –petróleo, gas, minerales estratégicos, agua dulce, biodiversidad– y/o focos de resistencia popular, ahí aparece el “demonio” del narcotráfico. Es una política consustancial a sus planes de dominación global, lo cual puede percibirse claramente, por ejemplo, en el documento de Santa Fe IV, aparecido en el año 2000, entre cuyos principales mentores está Lewis Tambs.

Un dato interesante -y que sintetiza el sentido último  la iniciativa imperial que estamos analizando-: Lewis, embajador estadounidense en Colombia y más tarde en Costa Rica, en ese último país se involucró profundamente con el apoyo a los “contras” nicaragüenses, y fue señalado en el posterior informe de la Comisión Tower como uno de los contactos del Irán-contras-gate, escándalo en el que medió el tráfico de drogas ilegales para financiar ese ejército contrarrevolucionario que ayudó a desmontar la revolución sandinista. La hipocresía del doble discurso no tiene límites.

¿Qué hacer entonces? Dentro de los marcos del capitalismo globalizado, definitivamente no hay mucho que hacer. Si el demonio se creó para mantener bajo control la protesta social, es muy difícil, por no decir imposible, oponer un contramensaje. ¿Qué decir acaso: que el narcotráfico es bueno y deseable? Obviamente  no. Pero si nos quedamos con esa arista, estamos condenados a seguir moviéndonos en el ámbito generado por el imperialismo. Sólo denunciando la mentira en juego podemos aspirar a achicarle un poco el campo al manejo presente en estas iniciativas. Pero está claro que sólo cambiando el escenario global podrá desmontarse la mentira.

*Catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Botón volver arriba