Opinión

LA MANIFIESTACION DOMINICANA DE 1844, SOBRE LAS CAUSAS DE SU SEPARACIÓN DE LA REPÚBLICA HAITIANA.

Por Manuel Berges hijo

manuel.berges@claro.net.do

@mberges23

La llama patriótica de los Trinitarios había prendido en el alma dominicana y ya sabíamos y decidido que debíamos separarnos formalmente de Haití y su mala invasión,  que mantenía ocupado nuestro territorio desde el día 8 de febrero de 1822, por lo que el día el 16 de enero de 1844, un mes y once días previos a la Declaración de la Independencia el 27 de febrero, circuló en ciudad Santo Domingo, la denominada  “Manifestación de los pueblos de la parte este de la isla Española o de Santo Domingo, en el cual motivaron su propósito de separarse de Haití”.

Los patriotas  firmantes de entonces, Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella, Tomás Bobadilla, Jacinto de la Concha, Juan Nepomuceno Ravelo, Felipe Alfau y Tomás Bobadilla,  clamaron la unión del Oriente de la Isla con la voluntad de “que el sentimiento del interés público sea el móvil que nos decida por la justa causa de la libertad y de la separación; con ella, no disminuimos la felicidad de la República de Occidente, y hacemos la nuestra”.

Cuando se emitió el Manifiesto,  nuestro Juan Pablo Duarte se encontraba exiliado en Curazao, lo cual no fue óbice para tomar  la firme resolución de separarse para siempre de la República Haitiana, y constituirse en Estado libre y soberano.

En el Manifiesto, que popularmente se conoció como LA MANIFESTACION, se hizo público el día 16 de enero de 1844, en el cual los patriotas declaraban  la justeza de su causa y de manera operativa dividir la nueva República en cuatro Provincias: Santo Domingo, Santiago o Cibao, Azua desde el límite de Ocoa, y   el Seibo. Tenían la excelente idea de crear un Gobierno Provisional con una Junta Gubernativa compuesta por  11 miembros que estaría en funciones hasta que se promulgara la primera Constitución.

Era tal el desagrado y rechazo al Gobierno haitiano, por las múltiples  violaciones a los derechos humanos que ellos cometían, por lo cual reclamaron:

“La atención decente y el respeto que se debe a la opinión de todos los hombres y al de las naciones civilizadas; exige que cuando un pueblo que ha sido unido a otro, quisiere reasumir sus derechos, reivindicarlos, y disolver sus lazos políticos, declare con franqueza y buena fe, las causas que le mueven a su separación, para que no se crea que es la ambición o el espíritu de novedad que pueda moverle.

“Nosotros creemos haber demostrado con una constancia heroica que los males de un Gobierno deben sufrirse mientras sean soportables, más bien que hacerse justicia aboliendo las formas; pero cuando una serie de injusticias, violaciones y vejámenes, continuando al mismo fin, denotan el designio de reducirlo todo al despotismo y a la más absoluta tiranía, toca al sagrado derecho de los pueblos y a su deber, sacudir el yugo de semejante Gobierno y proveer a nuevas garantías, asegurando su estabilidad y prosperidad futuras…”.

Tan pronto los haitianos se dieron cuenta de LA MANIFESTACION, por su profusa  difusión, se generaron reacciones y aumentaron los actos de represión, que no fueron suficientes ante un pueblo que ya había decidido ser libre y soberano.

Los firmantes del Manifiesto hicieron  el siguiente llamado:

“! A la unión, dominicanos!, ya que se nos presenta el momento oportuno de Neiba a Samaná, de Azua a Montecristi, las opiniones están de acuerdo y no hay dominicano que no exclame con entusiasmo: SEPARACIÓN, DIOS, PATRIA Y LIBERTAD”.

Nuestra nación mostraba así, su derecho a tratar de ser un país civilizado  rompiendo el yugo esclavizante y demostraba que no actuaba impulsada por un espíritu de  ambición, sino que por las gravísimas injusticias, violencias y vejámenes teníamos que terminar esa injusta y tiránica manera de gobernarnos, proclamando nuestro derecho a rechazar  semejante gobierno y proveer nuevas garantías que nos aseguren estabilidad y prosperidad.

Durante veintidós largos años padecimos  la más infame opresión, y privación de todos nuestros derechos y  violentamente despojados de todos los beneficios a que como nación hubiésemos tenido derecho.

En el Manifiesto se detalla como en febrero de 1822, la parte oriental de la isla recibió  las huestes del General Boyer que como disimulado amigo, falto a las promesas que le sirvieron de pretexto para ocupar el país y sin las cuales hubiese debido vencer muchas dificultades y hasta caminar sobre nuestros cadáveres, si la suerte lo hubiese favorecido.

De  manera  hipócrita este sujeto, nos hizo ver que nuestra nación había caído en las manos opresoras  de un tirano feroz, plagado de vicios con la mentalidad propia o típica del desorden, la perfidia, la delación, la división, la calumnia, la violencia, la usurpación y los odios personales, desconocidos hasta entonces en el alma de nuestro  bondadoso pueblo.

Instauro un sistema maquiavélico que todo lo desorganizaba; obligó a las familias más respetables a emigrar,  y con ellas desaparecieron de la tierra los talentos, junto a todos los principios del derecho público y de gentes, redujo a muchas familias a la miseria y a la indigencia, quitándoles sus propiedades para reunirlas al dominio de la República, darlas a individuos de la parte occidental o venderlas a vil precio a los mismos.

El General Boyer  destruyó la agricultura y el comercio. Despojó las iglesias de sus riquezas, maltrató y humilló a los ministros de la religión, los privó de sus rentas y de sus derechos y, con su negligencia, dejó que cayeran en ruinas los edificios públicos para que sus lugartenientes se aprovecharan de los destrozos y pudiesen de tal suerte satisfacer la avaricia que traían consigo desde el occidente.

Puso también su mano sacrílega en las propiedades de los hijos del Este y autorizó con la ley del 8 de julio de 1824 el latrocinio y el fraude; prohibió la comunidad de las tierras comunales que, en virtud de convenciones y para la utilidad y las necesidades familiares había subsistido desde el descubrimiento de la isla, y eso con el único fin de que el Estado sacara provecho.

Con esa medida, acabó por arruinar los hatos y empobrecer a muchos padres de familia, y más aún creó un sistema monetario que redujo la economía familiar, los empleados, los comerciantes y la mayoría de los habitantes a la más negra miseria.

Así,  el gobierno haitiano disemino  sus enormes principios de corrupción, alentando  bajas pasiones, estableciendo el espionaje e introdujo la cizaña y la discordia aun en los hogares domésticos.

Si un español-oriental  se atrevía a hablar contra  el Gobierno, se lo encerraba en un calabozo por tiempo indefinido.

Boyer nos obligó a pagar una deuda con Francia, que nosotros no  habíamos contraído, generando un triste cuadro de desaliento y a la vez de repulsa, que también sirvió de estímulo a la libertad.

Posteriormente, la tiranía haitiana designo al  Comandante Riviére como jefe de ejecución, y así dictó leyes según su capricho.

Estableció un gobierno sin forma legal y donde no estaba incluido habitante alguno de esta parte que ya se hubiera pronunciado a favor de la revolución.

Recorrió la isla y, en el Departamento de Santiago, tuvo la osadía de  recordar la triste época de Toussaint Louverture y de Jean Jacques Dessalines; y le acompañaba  un monstruoso estado mayor que promovía la desmoralización. Vendió los puestos, despojó las iglesias, destruyó las elecciones hechas por los habitantes para tener representantes que defendieran sus derechos, y eso para dejar permanentemente esa parte de la isla en la miseria y en el mismo estado y para conseguir partidarios que lo elevaran a la presidencia, aunque sin mandato especial de sus comitentes. Así fue. Amenazó la Asamblea constituyente y a raíz de extrañas comunicaciones hechas por él al ejército bajo sus órdenes, resultó Presidente de la Republica.

Este Señor Riviere supo que los ciudadanos del Oriente pensaban  en una separación del territorio a favor de Colombia, de manera que de inmediato  llenó los calabozos de Puerto Príncipe con los más ardientes ciudadanos de Santo Domingo, en cuyo corazón reinaba el amor a la patria y que tan sólo aspiraban a una suerte más dichosa, la igualdad de derechos y el respeto de las personas y de las propiedades.

Nuestra condición no ha cambiado ni en lo mínimo. Las mismas vejaciones y los mismos impuestos subsisten y han aumentado aún.

Señala LA MANIFESTACION: “Lo cierto es, que si la parte oriental debía pertenecer a Francia o a España y no a Haití, pues si nos remontamos a los primeros años del descubrimiento del inmortal Colón, nos damos cuenta de que los orientales tienen más derechos al dominio que los occidentales.

Si, por último, se considera esa parte de la isla conquistada por la fuerza, es por la fuerza, si no hay otro modo, que se resolverá la cuestión.

Considerando los vejámenes y las violencias cometidos durante veintidós años contra la parte anteriormente española, salta a la vista que ha sido reducida a la más extrema miseria y que se está llevando a cabo su ruina, por lo cual el deber de su propia conservación y de su bienestar futuro la obliga sin más a asegurar con medios convenientes su seguridad, pues lo antedicho constituye un derecho (un pueblo que depende voluntariamente de otro pueblo con el objeto de aprovecharse de su protección, queda libre de toda obligación cuando dicha protección le viene a faltar, o cuando eso ocurre por la impotencia del protector. Considerando que un pueblo obligado a obedecer a la fuerza y que le obedece hace bien, pero que si resiste cuando puede hacer mejor;  considerando, por último, que dada la diferencia de las costumbres y la rivalidad existente entre los unos y los otros, nunca habrá armonía ni perfecta unión, y como además los pueblos de la parte anteriormente española de la isla de Santo Domingo comprobaron durante los veintidós años de su agregación a la República de Haití que no pudieron obtener ventaja alguna, sino al contrario, que se arruinaron, empobrecieron y degradaron y que fueron tratados de la manera más vil y abyecta, han resuelto separarse para siempre de la República haitiana para proveer a su seguridad y a su conservación, constituyéndose, según los antiguos límites, en Estado libre y soberano”.

Los patriotas del Manifiesto aseguraron que  ese Manifiesto, sería su Constitución hasta que fuera promulgada la primera Constitución dominicana y así  garantizarían el régimen democrático, la libertad de los ciudadanos aboliendo para siempre la esclavitud y establecerán la igualdad de los derechos civiles y políticos sin miramientos para con las distinciones de origen y nacimiento.

Las propiedades serán inviolables y sagradas; la religión católica, apostólica y romana será, como religión del Estado, protegida en todo su esplendor.

Pero nadie será perseguido ni castigado por sus opiniones religiosas. La libertad de prensa será protegida; la responsabilidad de los funcionarios públicos quedará debidamente establecida; la confiscación de bienes por crímenes y delitos será prohibida; la instrucción pública será estimulada y protegida a expensas del Estado; los derechos e impuestos serán reducidos al mínimum; habrá un olvido total de los votos y de las opiniones políticas emitidos hasta este día, y eso mientras los individuos se adhieran de buena fe al nuevo sistema. Los grados y empleos militares serán conservados de acuerdo a las leyes que se establecerán.

La agricultura, el comercio, las ciencias y las artes serán igualmente fomentados y amparados. Lo mismo ocurrirá con el estado de las personas nacidas en nuestra tierra o con el de los extranjeros que en ella querrán vivir, en armonía con las leyes. Por último, emitiremos lo más pronto posible una moneda con garantía real y verdadera, sin que el público pierda nada sobre la que  hoy tiene.

Tal es la finalidad que nos proponemos en nuestra separación, y estamos resueltos a dar al mundo entero el espectáculo de un pueblo que se sacrificará por la defensa de sus derechos y de un país que está dispuesto a reducirse a cenizas y escombros si sus opresores, que se jactan de ser libres y civilizados, persisten en su propósito de imponerle una condición que le parezca aún más dura que la muerte.

Confiamos, en la misericordia divina que nos protegerá e inducirá a nuestros adversarios a una reconciliación justa y razonable para que se evite el derramamiento de sangre y las calamidades de una guerra espantosa que no provocaremos pero que será una guerra de exterminio, si debiera producirse.

¡Dominicanos! (comprendemos bajo esta denominación a todos los hijos de la parte oriental y a quienes quisieran seguir nuestra suerte) el interés nacional nos llama a la unión.

Con nuestra firme resolución, mostrémonos los dignos defensores de la libertad; sacrifiquemos en los altares de la patria todo odio y toda personalidad; que el sentimiento del interés público sea el móvil que nos dirige en la santa causa de la libertad y de la separación. Con semejante separación nada hacemos la contra a la prosperidad de la República occidental y favorecemos la nuestra.

El territorio de la República Dominicana, estando dividido en cuatro provincias, esto es: Santo Domingo, Santiago o Cibao, Azua, desde el límite hasta Ocoa, y Seybo, su gobierno se compondrá de un cierto número de miembros de cada una de esas provincias a fin de que participen de tal suerte y proporcionalmente a su soberanía.

El gobierno provisional se compondrá de una Junta de once miembros elegidos en el mismo orden. Esa Junta tendrá en su mano todos los poderes hasta que se redacte la Constitución del Estado. Determinará la manera a su juicio más conveniente para conservar la libertad adquirida y nombrará, por fin, jefe supremo del ejército, obligado a proteger nuestras fronteras, a uno de los más distinguidos patriotas, poniendo bajo sus órdenes a los subalternos que le sean necesarios.

¡Dominicanos! ¡A la unión! Se presenta el momento más oportuno. De Neiba a Samaná y de Azua a Montecristi las opiniones son unánimes y no hay un solo dominicano que no grite con entusiasmo: Separación, Dios, Patria y Libertad.

Este Manifiesto, origen de nuestra primera Constitución, debe servirnos de acicate, de empuje, para preservar nuestra soberanía e independencia.

16 de enero de 2019.


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