El Papa, ante el desafío asiático
El 27 de agosto, dos días después del inicio del gran éxodo de musulmanes birmanos hacia Bangladesh, el papa Francisco salió al balcón de la plaza de San Pedro durante el Angelus dominical y, con su espontaneidad habitual, expresó su solidaridad a los «hermanos rohingya» y denunció la persecución que sufrían. Hacía solo dos días que había anunciado su viaje a la región y la toma de posición sentó mal entre la comunidad budista, los militares e incluso los propios cristianos. Tanto, que las autoridades católicas del sureste asiático se permitieron sugerir al jefe de la Iglesia católica que le faltaba información y le aconsejaron que no volviera a usar esa palabra durante la visita a Myanmar y Bangladesh que comienza este lunes. Dos países situados en la periferia política, cultura, y religiosa de la Iglesia católica, pero con un alto valor estratégico en la actual geopolítica vaticana. La cuestión rohingya marcará implícitamente la agenda. Pero la alargada sombra de China e India en la región obligarán también a incontables equilibrismos diplomáticos.
En la antigua Birmania, de mayoría budista pero con 135 etnias reconocidas, los católicos son solo el 4% de la población. En Bangladesh, donde el Islam es la religión oficial, no pasan del 0,2%. Sin embargo, hay varios elementos que convierten esta visita en una importante apuesta estratégica que nadie en el Vaticano oculta. En sus horas más bajas y tras ser altamente criticada por su pasividad ante la crisis, la premio Nobel de la Paz y Consejera Estatal, Aung San Suu Kyi, se reunirá con el Papa. Un encuentro que servirá también como termómetro de su popularidad e influencia real en el país, muy diluida también con el control militar. De hecho, para no herir sensibilidades, las autoridades eclesiales —en boca del cardenal Charles Maung Bo, creado en 2015 por Francisco— pidieron a última hora también a Francisco que se reuniera con el jefe del Ejército, Min Aung Hlaing, principal responsable de la campaña militar, que sorprendentemente ha ganado popularidad con la expulsión de la etnia musulmana.
Francisco llega justo en medio de un intento de escenificar cierta normalidad. El jueves pasado, Myanmar y Bangladesh firmaron un acuerdo según el cual los más de 600.000 rohingya expulsados de Myanmar —y otros 200.000 que ya estaban en Bangladesh fruto de episodios de persecución anteriores— podrán regresar a sus casas voluntariamente. El tratado, que las organizaciones humanitarias consideran vago e inaplicable y que cuenta con el apoyo de China, llegó solo cuatro días antes del aterrizaje del Papa, que en Dhaka (capital de Bangladesh) se verá con una pequeña delegación de esta población. Y justo después, también, de que el Secretario de Estado de EE UU, Rex Tillerson, hubiese llamado la atención al Gobierno birmano tras visitar el país y se habla por primera vez de “limpieza étnica” y “posibles sanciones”. Una dureza que, como siempre en estas visitas, habrá que encontrar entre líneas en los discursos del Papa, inclinado a no perjudicar con sus posicionamientos a las minorías cristianas de los países que visita. A última hora, y pese a las reticencias birmanas, el Vaticano ha anunciado que se reunirá con una delegación de rohingyas en Dhaka.
La operación china
Pero el viaje a Myanmar, enclave comercialmente estratégico para China —madera, agua, electricidad, petróleo, gas y uranio—, puede situarse también en un contexto de apertura de las relaciones del Vaticano con el gigante asiático, rotas desde 1951, cuando Mao Zedong expulsó del país al Nuncio de la Santa Sede y a sus misioneros católicos.
Desde el pontificado de Benedicto XVI ha habido gestos continuos en esa dirección —la semana pasada se inauguró una exposición con doble sede en el Vaticano y Pekín— que hacen pensar en algunos avances. Pero hasta el momento, la complicada situación ha creado dos iglesias paralelas en China (la oficial, controlada desde Asociación Católica Patriótica, y la clandestina). En China el Gobierno no admite la autoridad del Papa para nombrar a sus representantes. Una situación incómoda para casi todos, excepto para la isla de Taiwan, que recibe del Vaticano uno de sus pocos reconocimientos internacionales. En caso de prosperar la apertura de relaciones, ellos serían los principales perjudicados.
En China, con 10 millones de católicos oficiales (de unos 40 millones de cristianos), hay ahora mismo más de 30 obispos clandestinos, elegidos por el Vaticano pero carentes del reconocimiento del Gobierno. También algunos encarcelados, como el de Mindong, Vincent Guo Xijin. El problema se genera en ambas direcciones, porque el Gobierno chino también ha nombrado otros siete obispos que el Vaticano considera ilegítimos y que han sido excomulgados por la Santa Sede. Ese es el problema principal y es posible que actualmente el Vaticano se conformase con resolver la cuestión de los nombramientos, renunciando a la de la libertad de predicación de los sacerdotes o de crear escuelas.
La operación china es clave para la Iglesia en un continente donde, después de África, más crecen los fieles y las vocaciones cristianas. Antiguos caladeros en auge como América han retrocedido con el tiempo y el catolicismo pierde terreno frente a corrientes como las evangélicas. De modo que el impulso asiático se nota también en el sacerdocio, que sube un 27,1% en Asia, mientras en Europa cae un 8%. Esa realidad se traslada poco a poco a los centros de poder de la Iglesia y el Papa, el primer Pontífice no europeo desde el siglo VIII, ha nombrado aquí más obispos que en ningún otro continente y ha configurado una curia y un colegio cardenalicio donde los purpurados del Viejo Continente ya son menos de la mitad y en el que el tradicional peso de los italianos se diluye paulatinamente.Hoy el 28% son americanos, el 13% son africanos y el 12% proceden de Asia. Ningún movimiento del Papa en esa zona tendrá un único significado.